Su recaída en la depresión la sintió como una derrota, pero le ofreció pistas vitales para lograr un alivio psiquiátrico duradero.

Esta mujer de 67 años, originaria de Alabama, ya había sufrido cuatro episodios depresivos graves en su lucha de décadas contra la enfermedad mental. Tras agotar numerosos medicamentos y otras terapias, en 2015 recurrió a un último recurso experimental: la estimulación cerebral profunda (ECP).

Los neurocirujanos le implantaron electrodos a pocos centímetros por debajo del cráneo, dirigidos a un pequeño haz de fibras neuronales en una región cerebral detrás de la frente que actúa como un centro crucial para la regulación del estado de ánimo. Unos cables delgados conectaban los electrodos a un generador de pulsos discretamente insertado en la parte superior del pecho. Una vez activado, el dispositivo administraba un flujo constante de electricidad de alta frecuencia, vibrando suavemente los circuitos objetivo para interrumpir los patrones desadaptativos y, como un marcapasos cerebral, restablecer un equilibrio más saludable de la actividad neuronal.

Al principio, el tratamiento parecía estar funcionando. La desesperación de la mujer se disipó y se acercó a la remisión. Ver fútbol durante horas con su marido los domingos empezó a resultarle tedioso, en el buen sentido. Había recuperado las ganas de levantarse del sofá y dedicarse a otras actividades.

Pero cuatro meses después, la oscuridad volvió a apoderarse de ella. El repentino bajón de la mujer sorprendió al equipo médico que había estado supervisando de cerca su recuperación. Los médicos tuvieron que realizar tres ajustes a los parámetros de estimulación del implante, aumentando lentamente el voltaje, antes de que su condición finalmente se estabilizara: un par de meses de agonía.

Cuando los médicos revisaron los datos posteriormente, se dieron cuenta de que los electrodos implantados en el cerebro de la mujer habían detectado problemas que se estaban gestando antes que ella. Sutiles cambios en los patrones eléctricos que recorrían sus fibras neuronales habían advertido la inminente recaída semanas antes de que reaparecieran sus síntomas. Si los médicos hubieran actuado en función de esas señales, podrían haber ajustado la configuración de la estimulación a tiempo para prevenir la recaída.

Es una reflexión que pesa sobre Patricio Riva Posse, el psiquiatra de la Facultad de Medicina de la Universidad Emory, en Atlanta, quien trató a la mujer. En retrospectiva, dice, si hubiera sabido que los circuitos cerebrales estaban desequilibrados, «habría actuado antes».

Fuente: IEEE Spectrum | Elie Dolgin

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